16 de febrero de 2010

Características y Poder del Mago

Mariate Suarez, YONA, es Licenciada en Educación Preescolar y además (o antes) una aficionada a la magia. No recuerdo bien si la conocí en Colombia (ella es de allí, y yo estuve por el Flasoma) o a través de Profonde.

Lo cierto es que hace poco me escribió para hacerme unas preguntas. Más que una entrevista personal, sospecho, su objetivo era compilar fuentes y pareceres para su Tesis de Maestría que, ¡buena noticia!- es sobre el ilusionismo, "su incidencia en el desarrollo personal y su relación con la pedagogía' como me adelantó.

Con su permiso, comparto alguna de sus preguntas y mis respuestas, esperando que les interese. Tómenlo, por favor, como si estuviera escribiendo un post sobre el tema al que me refiero en cada respuesta.

Gracias Yona y uds, gracias por la paciencia.

¿Cuáles son las características o habilidades más importantes que se debe tener para ser mago?.

La base de todo, para mí, está en la pasión y en la honestidad. No se puede hacer bien lo que no se ama, no se puede hacer bien aquello que no se sabe que se quiere hacer. Con esto quiero decir que uno debe ser honesto consigo mismo, pensar por qué hace magia, pensar qué le gustaría generar en el otro y trabajar en función de eso. Lo demás es técnico. No se trata de tener más o menos habilidad. Se trata de lo mismo que hay que tener para otras disciplinas artísticas. Por lo menos, esos son los rasgos que más valoro cuando veo un mago.

Claro, soy conciente que eso sólo no alcanza. “Ay! yo tengo un montón de pasión y honestidad y por eso soy buen mago”. No. Cualquier principiante puede ser un apasionado y estar honestamente enamorado de la magia y ser torpe o malo en la escena. Por eso, ahora que lo pienso, de lo que se trata, la clave del buen mago es saber escenificar esa pasión y esa honestidad. En eso de “escenificar” se vislumbra un poco las cuestiones más pragmáticas y técnicas necesarias. El mago deberá buscar las técnicas que lo identifican, aquellas que le permitirán expresar lo que tiene en la mente y en el alma. Deberá pensar en las palabras justas, ver a otros magos, ensayar mucho, mucho, mucho para que la técnica salga bien, en definitiva, prepararse mucho, para que lo que se vea en escena sea la propuesta del mago, del artista, y no sólo lo que está haciendo.

Leer y mirar mucha magia abre la mente, amplia las posibilidades de nuestra expresión. Con esto quiero decir, por ejemplo, que conociendo mucho uno tendrá más posibilidades de elegir y en la elección que hacemos, se sabe, es en donde nos ponemos de manifiesto. Elegir tal o cuál cosa es lo que nos empieza a definir como personas y como artistas.

Temo estar siendo muy metafísico, pero no puedo evitar decir esto ya que así lo creo (más en este tiempo que estoy escribiendo unos artículos al respecto). Supongo que la pregunta orientaba más a qué cualidades técnicas debería tener. Si es así, diré que valoro la “naturalidad” de la técnica (eso es que la técnica se realice insospechadamente, en concordancia con nuestra personalidad), me disgusta la técnica por la técnica sola, admiro el “saber estar” en la escena, el saber hablar. Pero más admiro reconocer en el otro, una idea de lo que quiere ser, un estilo. Volví a hacerlo. Me volví filosófico.

Me gusta pensar que (y esto creo que proviene de Juan Tamariz) antes que magos somos artistas y antes que artistas somos personas. Debemos enriquecer a la persona para ser mejores artistas y a los artistas para ser mejores magos. Por lo general no pensamos demasiado en estos términos y sólo nos quedamos en la parte de “magos” lo que quiere decir, por ejemplo, que nos quedamos únicamente en las cuestiones técnicas.

Hace tiempo que vengo pensando en que lo que más me gustaría que se note cuando hago magia es en esa parte “artista”. Y esto no es por una cuestión de vanidad y de usar una expresión valorada y legitimada socialmente (sobretodo contra el concepto degradado que suele haber del mago-ilusionista), sino porque tengo (creo que tengo o me gustaría tener) algo que decir. Esto no se refiere a que, por ejemplo, tengo un mensaje sobre la importancia de salvar las ballenas, quiere decir, simplemente, que tengo ciertas ideas, creencias, conceptos, decisiones estéticas, en fin, que tengo una propuesta que quiero mostrar. (Claro, como persona seguro me importará salvar las ballenas, cuidar el ambiente o lo que sea y, sin dudas, eso se reflejará de alguna forma, en el artista y, por lo tanto, en la obra que estoy haciendo. Como dijo un escritor argentino, Alejandro Dolina, uno no debe ver a Van Gogh en su autorretrato de la oreja cortada, debe poder verlo en Los Girasoles. Allí, en esas pinturas deben verse también su ferocidad, su pasión, su locura, sus gustos, sus desencantos, sus sufrimientos).

Hace poco leí un concepto de Borges que me pareció maravilloso. Hablaba de la poesía y de la misión del poeta. Hablaba de la necesidad de devolverle a la palabra su origen mágico, su fuerza mágica y creadora. Y decía: “Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar”.

Esa doble función es la que me gustaría alcanzar: comunicar una idea precisa, un efecto preciso (lo que es muy difícil dado los múltiples sentidos que pueden disparar los efectos) y, sobretodo, tocar, conmover intelectual y estéticamente al espectador. Aquello que es misión del poeta o, más genéricamente, de todo artista.

¿Dónde radica el verdadero “poder” o “poderes” del mago?

Suponiendo que seguimos hablando del ilusionista, diré que el poder del mago está en su persuasión que, ahora que lo pienso, es un atributo que también debe tener por definición el mago hechicero.

Se trata de saber expresar y comunicar lo que se tiene para decir o, más que eso, se trata de “convencer” y “persuadir”. Esto no lo digo en el sentido de que debo irme y todo el público debe creer que lo que hice es real, que de verdad puedo hacer desaparecer objetos; se trata de que los convenza de mi propuesta o, por lo menos, de que tengo algo que decir y que es bueno que me ‘escuchen’, que será algo bueno para ellos también.

Esto puede verse muy bien en los congresos de magia y, en especial, en las galas de magos. Sucede que trabaja un mago fantástico, por ejemplo, con todo el ritmo, con mucha fuerza, alguien que hace al público aplaudir, seguirlo. Alguien que lo hace estallar. El mago se va. Deja en el escenario todo un halo de “después de este no puede salir nadie más”. Sobretodo si ese alguien más es alguien con una propuesta más tranquila, relajada, concentrada en las palabras. Pues bien, ese mago también lo logra. A pesar del contexto aparentemente desfavorable, logra imponer su estilo, logra calmar a las fieras, logra hacer que se sienta su presencia. Nos convence de que tenemos que verlo, nos persuade de seguirlo. No es una persuasión coercitiva, no nos obliga a ello; queremos hacerlo. Esa es la persuasión de la que hablo. Ese es el poder del mago.

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