Foto: Nadia Villanueva |
Hay
cuadros desparramados por la sala: un tipo con una nariz que parece
un pene, una gorda culona a lo Gorriarena y uno que no se sabe muy
bien qué es. Otro, el primero que se ve al entrar, es el que más
llama la atención: una mano gigante con un anillo dorado que
sostiene un porro enorme. Como los demás, parece más un graffiti
que un cuadro.
Debajo
del porro está su trono: una poltrona de mimbre con almohadones
animal print y bajo la mujer gorda, un sofá de cuerina de dos
cuerpos con los mismos almohadones.
En
la biblioteca hay libros de política, de cine Gore y, por supuesto,
libros de magia. Está su colección de pipas; tabaco y cajas de
puros vacías. Conviven la cabeza de un muñeco, la de un gorila
ensangrentado y un paquete abierto de cigarros marca “Robusto”.
Hay, también, bastante polvo.
En
algunos shows Merpín actúa con Soronguito, un muñeco de
ventriloquía que fabricó él mismo. Como se enoja con él, le
arranca la cabeza y tira el cuerpo a la valija. “Ahora sí que soy
sólo una cara bonita” le dice el muñeco a pesar de todo.
Soronguito y un amigo sin nombre descansan ahora en un aparador con
ese gesto inquietante que tienen todos cuando están inmóviles y
callados.
Entre
los papeles, cuadernos y barajas del aparador descubro un grabado
original de Carpani.
-Me
lo regaló un amigo -me dice- Me gusta porque lo hizo un peronista.
(Escena que seguro contendría el Perfil sobre Merpin que escriba)
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