9 de febrero de 2010

Donde lo cotidiano se vuelve maravilloso

Jim Steinmeyer, tiene un texto maravilloso que se llama "Reminding not deceiving", es decir, "Recordar, no engañar". Esa, según él, es una de las funciones de la magia: despertar al público, hacerle dar cuenta de las cosas maravillosas que nos rodean, hacerle recuperar 'la capacidad de asombro' como reza también ese otro genio, René Lavand.

Relacionado a esto, John Carney me dijo alguna vez:

“...después de eso, el propósito de la magia puede ser sorprender y sacar a la gente de su actitud complaciente. Tomamos demasiadas cosas por garantidas. No nos ponemos a pensar cómo los teléfonos, la televisión satelital o los aeroplanos funcionan, simplemente lo aceptamos. Dejamos de asombrarnos. Especialmente en una sociedad donde las cosas cambian todo el tiempo. Como dijo el autor Alvin Toffler, “al tiempo que la tecnología avanza, nos acelera”. No podemos detenernos y tratar de entender las cosas, de modo que, como una actitud de autodefensa, hacemos como si entendiéramos todo o, al menos, aceptamos todo en su manera más rudimentaria.

La magia bien hecha hace que la gente se detenga y se dé cuenta. Aún si es algo tan simple como transformar una carta por otra”.

Borges, por su parte, anotó que: “Joseph Conrad pudo escribir que excluía de su obra lo sobrenatural, porque admitirlo parecía negar que lo cotidiano fuera maravilloso

En cierta forma, el arte de combinar hechos cotidianos y generar algo nuevo, la pericia de transformar lo cotidiano en maravilloso es, también, el arte de la poesía. Como siempre digo, se puede decir: "Los gauchos no creían en Dios, eran valientes y así fue y será siempre" o se puede decir "Dios les quedaba lejos/profesaron la antigua fé del hierro y del coraje/que no comprende súplicas ni gajes/por esa fé murieron y mataron".

Tenemos entonces, una vez más, un vínculo que une a ilusionistas con poetas. Ayudamos a que el público recuerde la fuerza del asombro, que entienda que lo cotidiano puede ser maravilloso. Que quizás sólo haya que mirarlo de un punto de vista diferente o, simplemente, prestarle atención.



OLIVERIO GIRONDO, describe con humilde belleza algo tan común e inevitable como la noche. Lo hace en "Nocturno" un poema que se encuentra en "Veinte Poemas para ser leídos en un tranvía".

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.
Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas.
Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.

¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo,
y cuál será la intención de los papeles
que se arrastran en los patios vacíos?

Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras,
y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,
como si se asfixiaran dentro de las paredes.

A veces se piensa,
al dar vuelta la llave de la electricidad,
en el espanto que sentirán las sombras,
y quisiéramos avisarles
para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones.

Y a veces las cruces de los postes telefónicos,
sobre las azoteas,
tienen algo de siniestro
y uno quisiera rozarse a las paredes,
como un gato o como un ladrón.

Noches en las que desearíamos
que nos pasaran la mano por el lomo,
y en las que súbitamente se comprende
que no hay ternura comparable
a la de acariciar algo que duerme.

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