René Lavand habla con contundencia, conversa con el mismo tono con el que actúa, enfatiza palabras, sílabas y pausas. Hace acordar a don Atahualpa Yupanqui, eso otro célebre argentino, que hablaba como diciendo máximas, como queriendo que cada frase suya se considere un postulado. Habla y René Lavand se confunde con Renato Lavandeira. El personaje se mezcla con la persona o, quién sabe, la persona es el personaje.
A los nueve años perdió la mano, pero los siete parecen haber sido igual de fundacionales. Al menos es lo que se desprende del conjunto de hechos que convergen en esa edad. Fue a los siete cuando lo vio a Chang, a esa misma edad aprendió su primer truco de magia a través de un amigo de su padre (el Rosario con baraja española) y fue a los siete años, según contará más adelante al responder las preguntas del público, que aprendió a sentir.
“Aprendí a sentir, a gozar cuando tenía 7 u 8 años, cuando escuchaba un violoncelo se me caían las lágrimas y me daba vergüenza que vinieran mi tía, mi abuelo, mi viejo y me viera llorar. Ahora ya no tengo pudor de las lágrimas, aprendí con los años que los hombres que no lloran de emoción, a menudo lloran de miedo. Pero en aquella época sí, me daba vergüenza. Yo aprendí a llorar de emoción escuchando la música. ¿Habrá empezado ahí la sinestesia? Es una pregunta que me hago a mí mismo, pero lo cierto es que he volcado todo aquello desde entonces a esto que hago ahora, en este paño verde”.
¿Sinestesia?.
La sinestesia es una extraña facultad producida por la mezcla de sentidos. Un sinestésico, por ejemplo, puede oír colores, ver sonidos o percibir un determinado sabor al tocar algún objeto o al oír una palabra determinada.
Pero René no está diciendo que él sea sinestésico. Lo que está haciendo, o tratando de hacer, es ponerle nombre a todo eso que fue desarrollando por intuición, con trabajo duro, pero con intuición. Está tratando de definir eso que otros llaman talento, capacidad, instinto, inspiración.
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