Sólo unos pocos resisten una anécdota así, soportan gestos tan ampulosos, actitudes tan soberbias. Sólo unos pocos tienen con qué. René Lavand, es uno de ellos. Se trata de uno de los artistas más importantes que ha dado la Argentina (junto a Borges, junto a Piazzola) y antes que eso, uno de los artistas más importantes de la Historia del Ilusionismo.
Artista, no mago. A lo largo de su carrera René se ha encargado de establecer claramente la diferencia y de ubicarse en ese lugar. Llama “composiciones” a los efectos, “laboratorio” a su lugar de trabajo, se vincula en el imaginario con los grandes artistas legitimados (“Si Johann Sebastián Bach con tan solo siete notas pudo crear esta maravillosa melodía, quizás yo, con sólo cuatro cartas, pueda crear una ilusión” o: “yo no sé como el loco Van Gogh le cambiaba los colores a la naturaleza...ustedes no sabrán jamás como cambio de color a mis navajas”).
Pero no son meras estrategias discursivas para parecer, son cuestiones que provienen de un convencimiento personal de que eso que él hace, es Arte; de que él, antes que nada, es un artista. El no hace trucos.
“Truco es una palabra muy bastarda, truco es el que te hace el gitano cuando te vende el buzón de la esquina. Digan un “juego” por lo menos. Si no pueden hacer una composición, si no pueden lograr una composición, digan un juego, pero “truco” no. Porque después es cuando viene el público, mal acostumbrado, desubicado con respecto al arte que yo quiero tanto - y ustedes también, y que debemos respetar al máximo- y nos dicen: ’daaale, hacete un truquito, dale’. ¡Tener que tolerar esas cosas! Yo no hago truquitos. Si te gusta lo que hago bien y si no te gusta, mala suerte. A mucha gente le gusta, por suerte. Pero truquitos no hago”.
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