9 de abril de 2013

Una flor amarilla y unas medialunas



-Créame. No es sólo encuadrar, disparar y listo. No. No es ni siquiera ser un loco de la técnica o el conocimiento. Es otra cosa. Tiene que ver con el amor. Eso, con el amor, con el alma, con el afecto. Con eso. Es más, le digo, una foto es buena cuando el que saca la foto aparece en la foto. No digo que esté ahí, cogoteando como los que van atrás de los jugadores para aparecer en la tele. No, tiene que sentirse ahí pero sin verse. Como si el tipo estuviera escondido atrás de ese arbusto o atrás de esa ventana y fuera transparente. ¿Me entiende? Y cuando usted ve la foto, tiene que sentir lo mismo que se siente cuando se sabe que lo están espiando por el agujerito de la puerta. Pero no así. O sea, así, pero con otra sensación. No como cuando entrás a un departamento que nunca entraste y sentís que todas las otras puertas te miran. No, es como cuando estás llegando a tu casa y sabes que tu hijo o tu mujer o tu novia te están esperando, te están mirando. Esa es la sensación. 

Ya sé, ya sé que no es lo único que importa. Digo que es imprescindible, digo que no puede haber buen fotógrafo, buen pintor, buen escritor sin eso. Como esos que te hacen dos curvas con lápiz y ves dos minas o dos montañas y a uno eso no le sale ni con compás o usando papel manteca. No es que no sepa hacer dos curvas o que sea difícil. Es otra cosa, me entiende. Tiene que haber belleza en el ojo. En el alma. Eso.Tiene que estar la belleza, para que haya belleza. Si está, la habrá en el tipo este que está de pie en la escalera; en esas flores sobre el lavarropas o en ese café y esas medialunas.  




  

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