“…Mentir con la verdad, con todas las cartas sobre la mesa, como un acto de ilusionismo con las manos desnudas… A propósito: ¿conoce usted a un mago argentino que se llama René Lavand? Si lo vio alguna vez no puede olvidarse.
Negué con la cabeza, ni siquiera me sonaba remotamente el nombre.
—¿No? —dijo Seldom sorprendido—. Tiene que verlo actuar.
Sé que vendrá muy pronto a Oxford, podemos ir juntos a verlo. ¿Recuerda nuestra conversación en Merton College, sobre la estética de los razonamientos en distintas disciplinas? La lógica de las investigaciones criminales fue, como le dije, mi primer modelo. El segundo fue la magia. Pero me alegro de que no lo conozca —dijo con el entusiasmo de un niño—, eso me dará la oportunidad de ver su espectáculo otra vez”.
El relato sobre la performance de Lavand no es azarosa; está allí, como dijo un periodista de Página /12, para explicitar más el hecho de que “la cuestión no pasa por lo que se oculta sino por lo que se muestra. Por esa operación en la que se guía la mirada y, también, las preguntas de los hombres” (Diego Fischerman, “
La novela es de esos policiales que cumplen de maravillas con el objetivo central: atrapar al lector, obligarlo a pasar sed porque le impide pararse a buscar un vaso con agua o, también, ir al baño. Hasta la última página uno lucha inútil e ingenuamente con el narrador intentando adivinar quien es el asesino antes de que él nos lo diga; más todavía cuando en la novela se nos dice que: “El crimen perfecto no es el que queda sin resolver sino el que se resuelve con un culpable equivocado”.
El Lavand descripto por Martinez pone énfasis en los relatos como el original y también habla de la “lentidigitación” (en el libro le dice: “lentificación”) y si uno ha visto y leído a René lo suficiente, podrá reconocer muchos de sus dichos y giros habituales, aunque filtrados por la memoria.
"En un momento me di vuelta y vi que Seldom estaba totalmente entregado al encantador, admirado y feliz, como un niño que no se cansa de ver el mismo prodigio una y otra vez. Recordé la seriedad con que me había dicho que prefería la hipótesis del fantasma en la tercera muerte, y me pregunté si sería realmente posible que creyera en cosas así. En todo caso, era difícil no rendirse al mago: el arte de cada número era esa desnudez esencial que no parecía permitir otra explicación que no fuera la única imposible. No hubo intervalo y pronto, o lo que me pareció demasiado pronto, anunció su último número.
—Ustedes se habrán preguntado —dijo—, ¿por qué una copa tan grande si finalmente tomé apenas un sorbo? Hay aquí todavía agua suficiente como para que nade un pez. —Extrajo un pañuelo rojo de seda y frotó lentamente el vidrio.— Y quizá —dijo—, si limpiamos bien el vidrio e imaginamos piedritas de colores, quizá, como en la jaula de Prévert, podamos atrapar un pez. —Retiró el pañuelo y vimos que efectivamente ahora nadaba un Carassius rojo contra las paredes de vidrio y que había en el fondo unas piedritas de colores.
—Los magos, ustedes saben, fuimos perseguidos ferozmente en varias épocas, desde aquel primer incendio que acabó con nuestros antepasados más antiguos, los magos pitagóricos. Sí, la matemática y la magia tienen una raíz común, y custodiaron durante mucho tiempo el mismo secreto. Entre todas las persecuciones, quizá la más despiadada fue la que se inició después del duelo entre Pedro y Simón Magus, cuando la magia fue prohibida oficialmente por los cristianos. Temían que alguien más pudiera multiplicar los panes y los peces. Fue entonces que los magos concibieron la que es hasta hoy su estrategia de supervivencia: escribieron manuales con los trucos más obvios para que se divulgaran entre la gente, incorporaron en sus representaciones cajas absurdas y espejos. Convencieron de a poco a todos de que detrás de cada acto hay un truco, se transformaron en magos de salón, se mimetizaron con los prestidigitadores y de este modo pudieron seguir en secreto, en las narices de sus perseguidores, su propia multiplicación de panes y de peces.
— La magia no existe —volvió a castañetear y un tercer pez saltó en la copa. Cubrió la pecera con el pañuelo y cuando lo retiró de la punta ya no había ni copa ni piedras ni peces.— La magia… no existe".
necesitaba buscar la funcion del mago en a novela y esta es la mas entendible gracias(:
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