Entiendo que esto puede sonar medio tonto, pero tiene su lógica considerando que siempre he pensado a la magia como un hecho estético; como un proceso de construcción de sentido, como un arte donde la forma puede tener tanta importancia como el contenido (el efecto, o fenómeno demostrado). Estoy muy convencido de esto aunque no pueda sistematizar una ‘propuesta’ firme dada mi incipiente reflexión al respecto[1], aunque sí puedo insistir, en cambio, en que me gusta concentrarme en determinados detalles estéticos de una presentación, en los elementos que la constituyen, en las ‘instantáneas’ y en su influencia en la producción de sentido. No me cabe duda que el mero acto de sostener una baraja define toda una personalidad y un sentido.
En este aspecto es fundamental considerar la relación, armonía y coherencia que tienen todos los elementos o detalles estéticos. Es decir, considerar la funcionalidad (entre otras cosas) y desechar la mera ornamentación. Que la charla, la escenografía, los elementos, la ‘coreografía’ de los movimientos no sean meros adornos rodeando al efecto sino parte fundamental de la estructura interna de él. Como alguien dijo, ‘el efecto en sí mismo pide el modo en que la carta tiene que darse a elegir’. Vestirse con diseño italiano, colocar un florero en una mesa y colocar una rosa en ese florero no definen a la estética mágica de la que hablo si no mantiene una coherencia interna con el efecto, si no ayuda a reforzar el sentido que se quiere transmitir o sugerir. El mundo externo del efecto debe estar en función de su mundo interno.
[1] Afortunadamente he avanzado algo en la sistematización de esas ideas tanto que de allí surgió la conferencia y notas , “Platos en la alcantarilla”.
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