“Si (como afirma el Griego en el Cratilo)
el
nombre es arquetipo de la cosa
en
las letras de Rosa está la rosa
y
todo el Nilo en la palabra “nilo”
“El
Golem” J.L.B
Les
voy a pedir un favor: no piensen en un gato
negro.
¿No
me digan que pensaron en uno?
¿No
me digan que se les presentó la imagen del gato y que todavía la
tienen en su mente?
¿Se
dan cuenta?
Así
de fuerte es el poder de la palabra. Basta verbalizarla o leerla para
que una imagen nítida y contundente se forme en la mente. Basta
verbalizarla para que se forme un pensamiento y un sentimiento; para
que algo tenga significado o para que algo cambie
completamente de significado.
Basta
una palabra para crear.
Pero
claro. Esto ya lo sabemos porque de esto se nutre la poesía. Y toda
la literatura. Y las canciones. Y la política. Y la religión. Y la
Magia.
Mamá
Abuelita
Te
amo
Muerte
Desaparecidos
Dios
Tienen
fuerza. Las palabras tienen fuerza y vida propia. Las palabras
producen cosas.
Por
eso hay que usarlas en consecuencia.
El
gran compositor y músico argentino Atahualpa
Yupanqui supo
que le bastaban
dos
palabras para hacer sentir la soledad, el destino, los sueños, la
melancolía, la dureza de la vida: “Piedra
y Camino”.
“Del cerro vengo bajando/camino
y piedra/
traigo enredada en el alma, vida/ una tristeza”.
“La
secta de los treinta” es uno de los maravillosos relatos de Jorge
Luis Borges.
En él, Borges nos presenta un manuscrito del siglo IV d.c. que
describe las costumbres de la secta e indaga las razones de su
nombre. Descartada la cantidad de integrantes, descartada la edad
promedio, concluyó que hacía referencia a una herejía: la
veneración de Judas Iscariote. “Treinta”,
por las treinta monedas por las que Judas cambió a Cristo y se
condenó.
El
grupo veneraba a Judas y a Jesús por igual porque los dos fueron los
únicos ‘actores voluntarios
de la tragedia de la cruz’. “No
bastaba la muerte de un ser humano por el hierro o por la cicuta para
herir la imaginación de los hombres hasta el fin de los días”–dice
Borges-. Debía haber también un traidor. Y ese traidor fue Judas.
Ese traidor, aceptó
ser Judas.
Atrapado
por el fantástico relato, en cierto momento leo que la secta repetía
con devoción las siguientes palabras: “Considerad
los cuervos, que ni siembran ni siegan, que ni tienen cillero, ni
alfolí; y Dios los alimenta. ¿Cuánto de más estima sois vosotros
que las aves?”.
“Esto aparece en la Biblia”, me dije. “Pero hay algo que no es
igual. ¿Por qué lo siento más oscuro, más hereje”. La respuesta
estaba en una palabra: cuervo.
La
Biblia dice:
“Miren las aves
que vuelan por el aire: no siembran ni cosechan ni guardan cosecha en
graneros; sin embargo, el Padre de ustedes que está en el cielo les
da de comer”. Como
vieron,
Mateo habla de “aves” y Borges, de “cuervo”. Supo, como había
sabido Poe, que ese sustantivo era mucho más acorde para crear un
tono sombrío.
Una. Sólo
una palabra basta para crear un sentido, dirigirlo o modificarlo.
Nada
más.
Es que tienen fuerza. Las palabras tienen fuerza y vida propia. Las palabras producen cosas.
Ayer
Mientras
decía mermelada
El
aire
Se
llenó de moscas
Hice
entonces un silencio
(Fragmento de "Platos en la Alcantarilla", mis nuevas notas de conferencia en preparación.-
Los versos finales corresponden a un poema de Juan Esteban Varela)
Puff! Sin palabras...!
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