1 de septiembre de 2012

Palabras


Si (como afirma el Griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de Rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra “nilo”

El Golem” J.L.B


Les voy a pedir un favor: no piensen en un gato negro.
¿No me digan que pensaron en uno?
¿No me digan que se les presentó la imagen del gato y que todavía la tienen en su mente?

¿Se dan cuenta?

Así de fuerte es el poder de la palabra. Basta verbalizarla o leerla para que una imagen nítida y contundente se forme en la mente. Basta verbalizarla para que se forme un pensamiento y un sentimiento; para que algo tenga significado o para que algo cambie completamente de significado.

Basta una palabra para crear.

Pero claro. Esto ya lo sabemos porque de esto se nutre la poesía. Y toda la literatura. Y las canciones. Y la política. Y la religión. Y la Magia.

Mamá
Abuelita
Te amo
Muerte
Desaparecidos
Dios

Tienen fuerza. Las palabras tienen fuerza y vida propia. Las palabras producen cosas.

Por eso hay que usarlas en consecuencia.

El gran compositor y músico argentino Atahualpa Yupanqui supo que le bastaban dos palabras para hacer sentir la soledad, el destino, los sueños, la melancolía, la dureza de la vida: “Piedra y Camino”. “Del cerro vengo bajando/camino y piedra/ traigo enredada en el alma, vida/ una tristeza”.

La secta de los treinta” es uno de los maravillosos relatos de Jorge Luis Borges. En él, Borges nos presenta un manuscrito del siglo IV d.c. que describe las costumbres de la secta e indaga las razones de su nombre. Descartada la cantidad de integrantes, descartada la edad promedio, concluyó que hacía referencia a una herejía: la veneración de Judas Iscariote. “Treinta”, por las treinta monedas por las que Judas cambió a Cristo y se condenó.

El grupo veneraba a Judas y a Jesús por igual porque los dos fueron los únicos ‘actores voluntarios de la tragedia de la cruz’. “No bastaba la muerte de un ser humano por el hierro o por la cicuta para herir la imaginación de los hombres hasta el fin de los días”–dice Borges-. Debía haber también un traidor. Y ese traidor fue Judas. Ese traidor, aceptó ser Judas.

Atrapado por el fantástico relato, en cierto momento leo que la secta repetía con devoción las siguientes palabras: “Considerad los cuervos, que ni siembran ni siegan, que ni tienen cillero, ni alfolí; y Dios los alimenta. ¿Cuánto de más estima sois vosotros que las aves?”. “Esto aparece en la Biblia”, me dije. “Pero hay algo que no es igual. ¿Por qué lo siento más oscuro, más hereje”. La respuesta estaba en una palabra: cuervo.

La Biblia dice: “Miren las aves que vuelan por el aire: no siembran ni cosechan ni guardan cosecha en graneros; sin embargo, el Padre de ustedes que está en el cielo les da de comer”. Como vieron, Mateo habla de “aves” y Borges, de “cuervo”. Supo, como había sabido Poe, que ese sustantivo era mucho más acorde para crear un tono sombrío.

Una. Sólo una palabra basta para crear un sentido, dirigirlo o modificarlo.
Nada más.
Es que tienen fuerza. Las palabras tienen fuerza y vida propia. Las palabras producen cosas.

Ayer
Mientras decía mermelada
El aire
Se llenó de moscas

Hice entonces un silencio



(Fragmento de "Platos en la Alcantarilla", mis nuevas notas de conferencia en preparación.- 
Los versos finales corresponden a un poema de Juan Esteban Varela)

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